viernes, 16 de agosto de 2013

Nada verdadero puede acabar.

Ella intensa en todas sus formas, pasional donde las puedas encontrar, esa persona que vive de las sonrisas ajenas, de las locuras impensables, de amor…


 Esa que jamás pensó sentir lo que en aquel tiempo sintió. Encontró en él una mirada cómplice, un fiel compañero, una verdadera amistad.

 Le encontró por casualidad en la vida, y entonces se encendió algo en su interior, en el interior de ambos. Se volvieron cómplices de sus locuras, y decidieron volar juntos, aunque siempre separados por ese margen de seguridad; él no podría amarla, ella no quería sufrir, así que llegaron a un acuerdo, disfrutar y nunca juzgarse por vivir.
Fueron amantes, y en parte siempre se amaron, solo que de un modo que nadie entiende, porque difícilmente hayan sentido algo así de fuerte e inexplicable.
Si se miraban se detenía el mundo, si se rozaban subía la temperatura, pero no de cualquier modo, era un calor especial como con olor a jazmín y galán de noche, los envolvía, soñaban, cuando sentían su piel profundizarse, mezclarse, ya nada importaba, eran uno, un ser capaz de todo, de impulsar a las estrellas hasta convertirlas en fugaces, de vaporizar hasta los mismísimos océanos, eran una explosión de pasión, de amor, de sentimientos.
Siguieron caminando pero no todo puede durar la eternidad, guardaron sus fuegos internos en una cajita plateada junto al mismo corazón, siempre se recordarían, SIEMPRE. Ambos saben que fueron necesarios en la vida del otro, y de ninguna forma se alejaran para siempre, hay un hilito de plata que los une hasta la infinidad de sus días, algo que les hará sonreír cuando las arrugas inunden sus rostros, y sus pasos sean más torpes que en los días en los que se amaron.